domingo, 10 de abril de 2011

Al Borde

1, 2, 3…. 1, 2, 3…. Contaba sus nuevas pestañas mirándose fijamente al espejo, ese odioso espejo que había comprado hace no mucho su madre, ese que la pintaba de cuerpo entero dejándola ver sus múltiples imperfecciones, pero no eran los kilos de más ni su extraño color lo que la molestaba. El problema era que curiosamente no podía verse, pasaba una y otra vez delante de él, cambiaba de ropa, de peinado, incluso se decidió a dejar los kilos que le sobraban pero nada funcionaba… simplemente no podía verse, y eso la tenia al borde...

Estar al borde era algo que había evitado empeñosamente desde que él se fue, y lo había hecho bien. En los últimos dos años había dejado atrás los dramas y sobresaltos, había aprendido el delicado arte de la evitación y evitaba!… evitaba pelear, llorar, recordar, incluso reír demasiado. Había aprendido también a aceptar con resignación que las personas se van y no las retenía. Se compró una sonrisa junto a las pestañas postizas que ahora usaba, son perfectas para esconder la tristeza de sus ojos había dicho el amable vendedor y ella definitivamente lo había creído.

Había días en que el espejo parecía gritarle… Hey chica ¡esa no eres tú!, cuando eso sucedía ella optaba por ignorarlo y continuar besando, bailando, cantando, limpiando, trabajando o lo que sea que estuviera haciendo…. Pero había otros en que ignorarlo se le hacía imposible y volvía a mirarse solo para comprobar que definitivamente no estaba allí.

Entonces inevitablemente volvía a su caja, esa donde guardaba los más hermosos y tristes recuerdos de su vida, aquella vieja caja guardaba por ejemplo; la única foto que tenía con su padre, un mechón del cabello de su madre, cartas viejas, dibujos, retazos un de un sueño que no llegó, promesas que no se cumplieron y hasta un poco de amor.

Que ganas de llamarlo la inundaban entonces, solo para estar segura de que seguía siendo ella, de que él seguía estando allí, porque solo él la conocía, porque solo él era él. Sabía que estaba mal y además se había prometido no hacerlo; así que la mayoría de veces solo suspiraba y regresaba a sus deberes. Pero como para toda regla hay una excepción una vez en un millón se dejaba vencer y lo llamaba…

Sabía que tal vez el no contestaría y de hacerlo sería grosero o cruel y en el fondo era eso lo que ella buscaba, que él le recordara porque ahora estaban tan lejos el uno del otro, por su parte ella tampoco perdería la oportunidad de recordárselo a él; sonaría estúpida y más insensata de lo que es, para colgar en seguida, mirarse en el espejo, sonreír y volver a vivir.